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Ventas Grandes

Las Horcas Caudinas o cómo la virtud no siempre está en el centro

20 de enero de 2016
a) La buena fama del proceso negociador

Al menos desde  Aristóteles, que estableció que entre dos situaciones (vicios) opuestos, la virtud (la conducta propia de un hombre justo) se hallaba en el medio ―“La virtud consiste en saber dar con el término medio entre dos extremos”―  un raro acuerdo se ha establecido entre la mayoría de los hombres: Hay que huir de las situaciones contradictorias y tratar de hallar un camino intermedio entre los opuestos.

En estos días en lo que en nuestro país la palabra de moda es la negociación, y los políticos se esfuerzan en decir  que ese es el mandato de las urnas, o que la ciudadanía nos ha ordenado negociar, o que el mandato de  las urnas es que nos pongamos de acuerdo, es más que evidente. Y su consecuencia perece ser que hay que llegar a situaciones equilibradas entre lo que quiere uno u otro… casi como sea.

Que la virtud ―la razón, la justicia, el acuerdo― se encuentre en el centro de dos posiciones antagónicas es un sentir que tiene pues, buena fama, y es un hecho de larga tradición en nuestra cultura, de tal forma que incluso en el lenguaje vulgar una situación extrema es peor considerada que una posición centrada. ¿Y qué decir de los apóstoles teóricos de la negociación o del consenso? … pues que casi siempre otorgan  a una solución intermedia mayor valor que a las opuestas.

Pero conviene recordar que eso no tiene porqué ser siempre así y cómo a veces lo más sensato es elegir una solución extrema.

Se olvidan. estos apóstoles del consenso, de la negociación, de los acuerdos entre opuestos como la mejor forma de resolver las dificultades entre las partes o de las alianzas entre partes heterogéneas,  que ya el mismo Aristóteles, que no era un ingenuo, había advertido que:  “no toda acción ni toda pasión admite el término medio, pues hay cosas malas en sí mismas: pasiones malas en sí mismas son la malignidad, la desvergüenza y la envidia, y malas acciones en sí mismas el adulterio, el robo y el homicidio. Como ejemplos de virtud cabe señalar el valor (medio entre la temeridad y la cobardía), la templanza (medio entre la intemperancia o libertinaje y la insensibilidad); la virtud más importante es la justicia.” (1)

Sin embargo, la primera sentencia ha hecho fortuna y goza de gran predicamento, frente a la que indica lo contrario: que a veces, la virtud se halla en el extremo, en alguno de los dos extremos opuestos. En estos casos la posición intermedia entre dos opciones no es la mejor sino que, por el contrario, resulta finalmente la peor de todas las posibles.

b) Un ejemplo espectacular: Las Horcas Caudinas
Las Horcas Caudinas o cuando la virtud no está en el centro
Las Horcas Caudinas o cuando la virtud no está en el centro

Entre las muchas historias que nos enseñan esto, la que mejor lo muestra es  la Batalla de las Horcas Caudinas entre los romanos y los samnitas en el año 321 a. de C., durante lo que se conoce como la Segunda Guerra Latina. (2)

En un primer momento de esa escaramuza, los samnitas, acérrimos enemigos de los romanos, con la ayuda de unos guías infieles, habían logrado encerrar a un muy numeroso contingente de soldados romanos al mando de los cónsules Sulpicio Póstumo y Tulio Veturio Calvino, en un estrecho valle  del que no podían salir ni escalar con vida. (Una vez que los romanos entraron por el valle al que le habían conducido los guías, se encontraron con la salida del mismo tapada con piedras y con grandes árboles y al dar la vuelta para salir por donde habían entrado se encontraron igualmente tapada la entrada. Y en las alturas del mismo, a los samnitas apostados, con arcos. Una trampa, pues, perfecta y letal para los romanos.)

Pero cuando Cayo Poncio, el general samnita, había logrado la inmovilización de tan numeroso enemigo… dudó en qué hacer con ello. No supo qué hacer ―hoy diríamos que no supo administrar su enorme triunfo, logrado sin perder un solo hombre― así que mandó a unos mensajeros a su ciudad pidiendo consejo sobre su siguiente paso.

Los mensajeros explicaron la situación a Heremio ―el más sabio de los ancianos entre los suyos― y éste respondió diciendo que se dejase paso libre al ejército romano, después de desarmarlo.

Al general samnita Cayo Poncio le extrañó tanto la respuesta que no hizo caso al consejo de Heremio, suponemos que por la historia anterior de enfrentamientos y odios entre ciudades rivales, Lucera y Roma, ¡Y además…¿cómo desaprovechar una oportunidad así, que le permitiría un triunfo enorme sobre Roma y la destrucción de su amenazante e incipiente poder?

Así, que pensando que los mensajeros no habían trasmitido bien el mensaje volvió a mandarlos por segunda vez, “esta vez más instruidos”, en busca de un más detallado consejo pensando que, quizás en la primera, Heremio no había comprendido bien la situación.

Y esta vez,  la respuesta fue más sorprendente aún  ya que en esta segunda ocasión Heremio aconsejó pasar a espada a todos los romanos, sin dejar a nadie vivo. Una solución como se ve totalmente contraria a la que había dado el día anterior.

Como es de suponer la nueva respuesta  acentuó aún más las dudas de Poncio: los 50.000 enemigos encerrados podían ser fácilmente aniquilados pero la sangre romana a derramar podría anegar el valle… y la enormidad de tal masacre le inquietaba.

Tras estos dos consejos  contradictorios, Cayo Poncio ya no sabía qué hacer salvo preguntar por la causa de la enorme diferencia que existía entre ambas respuestas a la misma pregunta, así que pidió conocer la razón de tal dispares soluciones.

La respuesta de Heremio fue ejemplar y se ha conservado en la memoria de los hombres desde entonces: “Es necesario ―dijo Heremio, el más sagaz de los samnitas― o ganar la amistad de los romanos mediante un beneficio insigne como es no aniquilar sus ejércitos  o acobardarlos por completo con la pérdida irreparable de sus mejores legiones, asesinándolos a todos.”

Desafortunadamente para los samnitas, ninguno de los dos sabios consejos de Heremio fueron atendidos, y Cayo Poncio optó por una solución intermedia, no destruyó los ejércitos romanos y los liberó, pero no sin antes humillarlos haciéndoles pasar en su retirada por debajo de un marco bajo formado por tres lanzas (horca), que obligaba a los soldados a inclinarse para pasar por debajo. Esto y el resto de condiciones bajo las que se liberó a los romanos fueron sentidos por estos como una humillación extraordinaria. El Senado romano aceptó con amargura ―y rencor― la situación, aceptó las condiciones impuestas… y nunca olvidó esta afrenta, quedando marcada a fuego en el orgullo de Roma.

Años después, tras la tercera y última guerra para los samnitas, Roma se vengó, conquistó la capital samnita de Lucera  y recuperó las armas, insignias, estandartes y rehenes entregados tras la derrota en el valle, que a partir de entonces se llamaría de las Horcas Caudinas (3).

c) La virtud puede no estar en el centro

La buena fama, el común sentir de que siempre hay margen de negociación entre posturas opuestas, puede en algunas ocasiones resultar falso. Recuerde este ejemplo y sobre todo la segunda nota de Aristóteles que le he señalado. “…no toda acción ni toda pasión admite el término medio…”,

Me despido ya, deseándole que siga con Salud y que no olvide que a veces no hay margen de negociación y en estos casos la virtud (la conducta propia de un hombre justo) está en el extremo.

Miguel Villarroya Martín, a 20 de enero de 2016 / Madrid. España / RdP.006 / 

Notas:

(1) Véase por ejemplo en: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiagriega/Aristoteles/VirtudMoral.htm

(2) Puede leerse una descripción de las Horcas Caudinas  en muchos sitios,  como por ejemplo en la wikipedia.

(3)  Caudium era una ciudad samnita próxima al angosto valle dónde se produjo la derrota romana y fue la que dio nombre al valle y a la batalla.  Hoy estaría cerca de Nápoles (Italia). Véase por ejemplo: ¿Qué son hoy los lugares de las grandes derrotas romanas?

(4) La imagen se ha tomado de la página 11 del Compendio de Historia Universal de Mr. Anquetil, en la traducción que el clérigo Reglar de San Cayetano, el P. Francisco Vázquez, hiciese del original francés en 1829, publicada en la que fue Imprenta de Fuentenebro. Madrid.

(5) Una versión más ligera de esta historia fue publicada en alguno de mis proyectos anteriores, esos que los piratas informáticos me arruinaron en su día.